lunes, 15 de febrero de 2010

De torturador a profesor

Salta parece querer superar sus propios records.
El luego profesor de la Universidad Católica de Salta en la carrera de relaciones Internacionales ,no sólo torturaba en Campo de Mayo sino que entre tortura y tortura les hacía firmar los papeles para quedarse
con los autos de los prisioneros.
En realidad fue por ese tema que le dieron la baja. . INSOLITO. DIRIGIO LA CARRERA DE RELACIONES INTERNACIONALES EN LA UNIVERSIDAD CATOLICA.

“Su nombre de guerra era Toro, pertenecía a uno de los grupos de
tareas más temidos”, contó hace años el ex sargento Víctor Ibáñez. El
capitán se había reciclado como docente de la Universidad Católica de
Salta. Quedó detenido en Marcos Paz.
Por Diego Martínez

Hace treinta años, como capitán del Ejército, Martín Rodríguez
interrogaba a secuestrados en Campo de Mayo. Tras el retiro se recibió
de licenciado en Ciencia Política en la Universidad Kennedy y se
radicó en Salta. Fue entrenador de rugby del Jockey Club y dirigió la
carrera de Relaciones Internacionales en la Universidad Católica, que
encabeza el arzobispo Mario Antonio Cargnello. Una investigación de
Pablo Llonto, abogado de los hijos del ex diputado Diego Muniz
Barreto, permitió identificarlo. Ayer, con 63 años y media vida
impune, se presentó bolsito en mano en el juzgado de San Martín, a
cargo de Juan Manuel Yalj. Dos horas después salió con esposas, que
mostró con odio ante el fotógrafo de Página/12, y ya pasó su primera
noche en el penal de Marcos Paz.

“Su nombre de guerra era Toro, pertenecía a uno de los grupos de
tareas más temidos”, contó el ex sargento Víctor Ibáñez años atrás.
“Terminó procesado por un asunto de robos de autos. Entre sesión y
sesión de tortura les hacía firmar a los prisioneros un formulario de
transferencia para quedarse con los vehículos”, recordó el ex guardia
de El Campito.

La segunda pieza la aportó Juan José Fernández, secuestrado junto a
Muniz Barreto en febrero de 1977. Ambos pasaron por las manos de Luis
Patti y luego fueron trasladados a El Campito. El 6 de marzo,
adormecidos, fueron arrojados al fondo de un arroyo en el interior de
un Fiat 128. Fernández sobrevivió y, antes de exiliarse, declaró ante
un escribano. Dejó constancia de un diálogo telefónico que escuchó en
cautiverio:

–Habla el capitán Rodríguez, comuníqueme con el coronel Sambrano
–grabó en su mente.

Luego el capitán transmitió información arrancada bajo torturas. Con
esos datos, Llonto preguntó al Ejército cuántos capitanes Rodríguez
había en Campo de Mayo en 1977. Respuesta: uno. Citado a declarar,
Ibáñez no dudó al ver la foto del represor. “Era el más salvaje”,
agregó.

Ayer a las once, con barba crecida, remera y saco gris, Rodríguez se
presentó ante el juez. Ante la ausencia del fiscal Jorge Sica, declaró
sólo ante Yalj y su secretario. Tres horas después salió esposado. “No
vas a tener perdón”, le gritó Juana Muniz Barreto, que perdió a su
padre cuando tenía quince años. Rodríguez se subió al patrullero y, a
diferencia de Luis Patti, que se cubría las esposas, mostró las suyas
para la foto.

“El corazón me latía fuerte –contó luego Juana–. Ahora siento paz: la
satisfacción de haber logrado algo por lo que venimos batallando hace
tiempo, la tranquilidad de saber que ya no está entre nosotros como un
profesor respetable. Siento haber cumplido con mi deber de hija. Pensé
todo el tiempo en mi papá, en lo feliz y agradecida de haberlo tenido
quince años, en el orgullo que siento por su valentía, y estoy segura
de que él estaría orgulloso de su hija”, confesó. “También pensé en
mis hijos: éste es el mejor legado que puedo dejarles”, concluyó.
Llonto se mostró satisfecho “porque en un mes, después de años de
investigación, cayeron dos de los torturadores más salvajes de Campo
de Mayo”. El otro es Carlos Somoza, alias Gordo, ex interrogador del
Batallón 601.

Rodríguez nació el 14 de marzo de 1946 en Posadas, Misiones. Cuando se
produjo el golpe de Estado era teniente primero. En diciembre de 1976
ascendió a capitán, grado que anteponía a su apellido y que permitió
identificarlo. En 1976 y 1977 alternó destinos entre la Escuela de
Servicios General Lemos y el Comando de Institutos Militares. Sus
calificaciones a fines de 1977 demuestran que tenía un óptimo concepto
por parte de sus superiores. “Un brillante oficial que prestigia al
instituto”, escribió el coronel Eugenio Guañabens Perelló, que ahora
afronta su primer juicio por crímenes de lesa humanidad.

El decano de la Facultad de Derecho de la UCA salteña, Armando
Isasmendi, se enteró de la detención por Página/12 y dijo ignorar la
citación judicial. “Sabíamos que estaba por declarar y estábamos a la
expectativa de ver qué sucedía”, admitió segundos después Martín
Andrés Rodríguez, homónimo y director de la carrera de Relaciones
Internacionales.

–¿Lo sorprende la noticia?

–Y... sí, uno sabe que son militares de esa época, pero dice “son
profesores”, mejor no meterse en esos temas.

–¿Muchos militares como profesores?

–Sí, la UCA tiene relación con Ejército y Gendarmería. También por el
perfil de las materias: geopolítica, estrategia.

Un ex alumno consultado por Página/12 recordó a Rodríguez como “una
persona querida, muy correcto”. “No era un defensor de los derechos
humanos pero tenía posiciones racionales –recordó–. Muchas veces
comentaba cosas de la dictadura pero nunca hablaba de su propio rol.
Sólo decía que debía actuar la Justicia.”

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