sábado, 19 de mayo de 2012

Perejiles Memoriosos

La demolición del monumento al Combate de Manchala visibilizó a los jetones de una derecha nostálgica de lo marcial. Los jetones, en política, son la correa de transmisión entre las ideas de una cúpula y las masas que esa cúpula pretende seducir. Los concejales Tonini, Zapata y Pérez Estrada cumplen ese rol. (por Daniel Avalos) Se oponen a la demolición en nombre del heroísmo del ejército y de los conscriptos salteños que participaron de aquel enfrentamiento de 1975 en el sur tucumano. Lo hacen como personajes de este tipo suelen hacerlo: llenos de coraje, se enfrentan a una multitud a la que arengan con la intención de que se lancen decididamente, en este caso, a impedir que la venganza montonera demuela el monumento. Los involucrados, sin embargo, cargan con un problema: no entusiasman a la multitud. Eso explica la escena grotesca que dos de ellos protagonizaron el pasado miércoles en el Concejo Deliberante. Cansados, al parecer, de la indiferencia de las masas, diseñaron una operación menos ambiciosa: lograr la atención de los 21 concejales que sesionaban invitando a la sesión, sin aviso previo, a dos exconscriptos presentes en Manchala cuando ejército y guerrilleros del ERP se enfrentaron. El resultado, otra vez, fue poco auspiciante. El selecto grupo de ciudadanos abandonó el recinto ante la presencia de los invitados, que debieron improvisar informales saludos con los organizadores del fiasco. El edil Carlos Zapata cargó con la responsabilidad de organizar el frustrado homenaje. Muchos, sin embargo, identifican como instigador del mismo al concejal Martín Pérez Estrada, quien el 17 de abril había difundido un parte donde sugería que, ante la controversia, convenía invitar a excolimbas protagonistas de los hechos. El Concejo Deliberante, finalmente, rechazó el pedido de suspender la resolución que ordena demoler el monumento y así, de jetones con aspiraciones, Zapata y Pérez Estrada quedaron reducidos a perejiles: seres poco formados e informados, que no deciden las acciones porque son simples destinatarios de las órdenes. Todo lo cual, sin embargo, no impide que sientan que son los protagonistas verdaderos del discurrir de la historia. La grotesca operación posee, sin embargo, cierto valor analítico. Visualizó las carencias de los nostálgicos para defender su visión de las cosas. Privados de utilizar el relato histórico como argumento, deben recurrir a las memorias individuales. Hay diferencia entre esto último y el trabajo historiográfico. La memoria es siempre crucial para el trabajo histórico, pero es, también, un ejercicio que revalúa el pasado desde la experiencia vivida. Ejercicio, además, subordinado a las urgencias de un presente cambiante que explica los relatos múltiples, a veces nostálgicos, otras veces crítico–reflexivos, autolegitimantes o demonizantes. Convengamos, el trabajo historiográfico no está exento de esas particularidades, pero más que reevaluar el pasado desde la vivencia, reclama la posibilidad de comprenderlo y explicarlo. Por eso analiza los problemas de una época buscando entre los hechos y las memorias individuales principios de explicación de los movimientos sociales, eventualmente las leyes, para así poder explicar el conjunto. Es cierto, esa práctica historiográfica sería mucho más difícil sin el ejercicio individual de la memoria que los protagonistas de los sucesos transfieren. Se trata, incluso, de una transferencia valiente, porque expone a los protagonistas a eventuales condenas y seguras controversias. De allí que lo repudiable de Tonini, Zapata, Pérez Estrada y los suyos no sea tanto que hagan mal lo que pretenden hacer bien. Lo repudiable es que no contando con los argumentos históricos que sostengan sus posturas, decidan legalizar sus pretensiones usando la experiencia traumática de dos personas que en su momento fueron piezas de un plan que no diseñaron y sobre el que no podían incidir. Historiadores de todos los signos ideológicos, luego de años de investigación volcada en miles de artículos periodísticos, publicaciones académicas, ponencias en congresos o libros, sentenciaron lo que ahora unos cuantos talibanes procastrenses impugnan. La forma cómo esos trabajos históricos han sido producidos, distan mucho de poseer la simplicidad expuesta por los jetones de la antidemolición. El mejor ejemplo de esto último lo representa Martín Grande. Acostumbrado a presentar sus opiniones como sentencias cívicas y morales edificantes para una sociedad a la que parece considerar desmedidamente estúpida, nos ilustró sobre la verdad de Manchala del siguiente modo: "Yo tengo acá efectivamente cuál es la verdadera historia de Manchala (sic) ...había una avanzada terrorista de 143 miembros del ejército revolucionario del pueblo y todos esos movimientos que había en la época que avanzaba por Tucumán hacia Famailla y se encontró con una camioneta del Ejército, un Unimog del ejército con 7 soldados y 2 suboficiales que le presentaron de inmediato pelea. Estos 143 subversivos, retrocediendo, dieron con la escuela de Manchala, donde había 6 colimbas y 2 suboficiales pintando la escuela; cuando llegó el combate a la escuela, los colimbas, en vez de agarrar la brocha, agarraron el fusil y se pusieron a combatir, no eran más de 10 contra 140, 143 para ser más precisos... Termina la historia con 7 subversivos muertos y ninguna baja en el ejército de la patria" (Informate Salta, 14/3/12). Los personajes concluyentes son así: capaces de reducir a 147 palabras la historia verdadera de un suceso al que presentan, además, como desconectado de las condiciones generales de las que necesariamente formaron parte. Hay que impugnar tamaño reduccionismo. Hay que aclarar que el ejército de la Patria que Martín Grande reivindica, era de 5.000 hombres que estaban en la región de Manchala desde febrero de 1975. Agreguemos que esa presencia era el resultado de una presión castrense finalmente exitosa: advirtieron al gobierno de Isabel Martínez de Perón que, para combatir la guerrilla rural, el código procesal constitucional que debían emplear para combatir a la subversión, no les servía. Lo que ellos demandaban era la utilización de trámites sumarios en un sur tucumano donde, según la misma inteligencia militar, parte de la población apoyaba a la guerrilla. El 5 de febrero de ese año, cuatro meses antes del combate de la discordia, el gobierno peronista accedió al pedido y firmó un decreto que ordenaba que "el comando general del ejército proceda a ejecutar todas las operaciones militares que sean necesarias a efectos de neutralizar y/o aniquilar el accionar de los elementos subversivos que actúan en la provincia". Desembarcó entonces en la localidad tucumana de Famailla un general patriota de la Quinta Brigada del Ejército. Su nombre era Acdel Vilas, quien, en vez de subir al monte para aniquilar a los subversivos, ordenó requisar cada una de las casas de los cañeros del azúcar sospechados de simpatizar con los subversivos. Población civil que, a falta de cárcel en el lugar, terminaron detenidos en una escuelita cerrada por vacaciones. Cuando ocurrió el golpe de marzo del 76, la escuelita ya era macabramente célebre por ser el centro del comando táctico de las tropas, pero sobre todo por funcionar como centro clandestino de detención: el lugar en donde las torturas buscaban degradar a los prisioneros obligándolos a delatar, y en donde el torturador, torturando, se entregaba a una fiereza y un sadismo sin retorno. Cuando Domingo Bussi reemplazó a Vilas en diciembre de 1975, dio un discurso que aclaró sin complejos quiénes eran los enemigos de la patria: "Aún resta detectar y destruir a los grandes responsables de la subversión desatada, a aquellos que, desde la luz o desde las sombras, valiéndose de las jerarquías, cargos o funciones logrados, atentan día y noche contra las estructuras del Estado, y aquellos otros que, con su hacer o no hacer, encubren, cuando no protegen a estos delincuentes que hoy combatimos" (Anguita – Caparrós: La Voluntad, Ed. Norma. 1998, pág. 615. cursiva mía). Pero volvamos a Vilas, cuya actuación explica Manchala. Dijimos ya que su estrategia no era adentrarse al monte, sino desatar la furia represiva contra la población. Centenares de activistas sindicales, estudiantiles, dirigentes populares o sencillos ciudadanos sospechosos de simpatizar con la guerrilla fueron detenidos, muchos asesinados y otros desaparecidos. Un exdirigente del ERP, la guerrilla que Vilas debía aniquilar, con impronta de analista militar poco feliz admite que la estrategia empleada "no por cruenta fue menos inteligente (...) si la regla de oro de la lucha guerrillera era que esta debía moverse en el pueblo como pez en el agua, el general Vilas decidió pescar quitando el agua al pez. Y lo logró" (Luis Mattini: Hombres y mujeres del PRT, Edic. De la Campana. 4º edición. 2003, pág. 386). Esa impronta poco feliz no inhabilita la cuestión de fondo: el terrorismo de Estado había comenzado aniquilando a hombres y mujeres identificados como potenciales subversivos, empleando métodos abiertamente cruentos con el objeto de infundir en la sociedad un miedo que paralice cualquier intento de resistencia. El terrorismo de Estado es justamente eso. Usar el poder del Estado no para garantizar los derechos elementales, sino para violarlos sistemáticamente. Esa estrategia genera las condiciones de posibilidad de Manchala. Más de 100 guerrilleros bajaron del monte el 28 mayo de 1975. El objetivo era atacar el comando táctico ubicado en la escuelita de Famailla. Se trasladaban en camiones precedidos por dos camionetas que fueron sorprendidas por una patrulla del ejército que, atacando a las mismas, cortó la columna guerrillera en dos. Los que viajaban en los camiones quedaron aislados de la zona del combate. De allí que los 143 guerrilleros que identifica Martín Grande se conviertan en apenas 26 según los testimonios de los exmiembros del ERP. ¿Importa dilucidar la aritmética del combate? Depende. Para aquellos analistas militares que hacen de cualquier combate la materia de artículos que extraigan enseñanzas táctico-operativas factibles de ser usadas en futuros enfrentamientos...sí. No sirve de nada, en cambio, si lo que se busca es explorar el desarrollo de un proceso político que marcará a fuego la subjetividad de todo un país. Manchala no puede leerse como un hecho azaroso digno de rememoración heroica porque allí había conscriptos salteños. Manchala es un hecho inscripto en la linealidad de una época donde las fuerzas armadas preparaban lo que luego el golpe del 76 perfeccionó macabramente: planificar con una frialdad metódica la tortura y la muerte, hasta llevarla a niveles nunca vistos. Linealidad en la que se inscribe la propia decisión del ejército, en el año 1978, de levantar el monumento en el lugar que hoy ocupa en nuestra ciudad. No buscó, entonces, resaltar el heroísmo de los conscriptos. Buscó legitimar una actuación hoy mundialmente repudiada por las razones que la historia produjo valiéndose de miles de memorias distintas a las de esos conscriptos, cuyo eventual heroísmo no puede legalizar el horror desatado. Terminar con los símbolos que legitiman lo repudiable no es venganza histórica. Es confirmar, sencilla y poderosamente, aquello que no se quiere más: el terrorismo de Estado. http://www.cuartopodersalta.com.ar/index.php/salta-hoy/2309-perejiles-memoriosos.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario